Cualquier vida neoyorquina, desde la más solitaria y retraída
hasta la más mundana y ajetreada, posee, me parece, una rara intensidad. Quizá
no se trate de intensidad, sino de alboroto superficial, pero entretiene lo
mismo. El monólogo interno del individuo se ve alterado de continuo, aunque se
encierre en casa, por las luces, los sonidos, los olores, el zumbido omnipresente
de la dinamo urbana y las palabras, millones de palabras siempre en el aire.
Historias de Nueva York. Enric González.